Acometemos estos días nuestros primeros versos de Homero e intentaba descubrir a mis discípulos (y sin embargo... ¿amigos?) el placer de traducir con los pies descalzos sintiendo, por vez primera, las texturas del suelo, el frescor de la hierba y también, ¡qué le vamos a hacer!, las piedrecillas sueltas o la arena abrasadora. Les decía que traducir no es solo transportar un argumento, es intentar recoger los colores, los olores, las sensaciones y los recuerdos que el texto no cuenta pero contiene, y llevarlos sanos y salvos a otra lengua, a otra playa. Les decía que traducir no es trasladar, es volver a crear la misma magia con otros elementos.
Para muestra basta un botón: pincha aquí para leer Los limpiadores de estrellas
De Homero a Cortázar es un viaje lleno de lugares por descubrir. ¿Vienes?
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