Se desanudó el odre y los vientos se desparramaron por los cielos, una terrible tempestad azotó el frágil navío y destrozó sus velas, sus remos y su timón hasta hacer al piloto perder definitivamente el rumbo. Tras varios días de luchar contra los siervos de Eolo, llegó por fin la calma y las olas nos llevaron hasta la costa.
Acudieron sus gentes a la playa para ayudar a los naúfragos. Abrieron las puertas de sus casas, curaron nuestras heridas, nos ofrecieron agua dulce y comida, nos hicieron recostar sobre colchas de lana y, tras el descanso reparador, se sentaron a nuestro alrededor y nos escucharon con deleite contar las mil penalidades de nuestro azaroso viaje:
-"¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde está tu país? ¿Qué vientos te trajeron aquí?
Has llegado a la soleada Grecia, la tierra de los dioses."
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