
Ya estamos de vuelta. Ayer no llovió (lo cual en esta región es perogrullada si no fuera porque anteayer sí lo hizo) y el sol nos pegó fuerte en la cara. (¿Se lleva el cereza esta temporada en la piel?). Día bueno, teatro... bueno.
La companía "El aedo" atacó esta vez con
Antígona y
Aulularia, clásicos entre los clásicos. Solventes interpretaciones, ritmo dramático, escenografía parca pero eficaz, todo bueno.

Pero hay un pero (¿a que lo estabais esperando). El mío lo he formulado en el título:
tragedia pide coro, y el coro no estaba, apenas canturreba al inicio (justo donde Sófocles no le da espacio) y, en realidad, era más una salida actoral que otra cosa. Seguro que tuvieron sus razones, las económicas, imagino, pesaron en la decisión, pero a mí me costó una tragedia. En el coloquio posterior los miembros de
"El aedo teatro" explicaron cómo preparan el texto leyendo no sólo la obra en cuestión sino las aledañas, las filosóficas al respecto... Yo, está claro por qué, abogo por leer más a Sófocles y a los trágicos y menos al resto.

Eso, creo, les habría dejado claro que
tragedia pide coro porque el coro hace la tragedia, al menos a la griega, ser lo que es. No es un eco, ni un fondo musical, es personaje, personaje coral. Somos nosotros, los espectadores de todos los tiempos con voz y movimiento. Porque no se puede decir que cuatro personas sentadas en una silla son un coro. No tienen voz común, no actúan en conjunto, no representan nada (bienvenido el doble significado de "representar") y sin él la representación de ayer no deja de ser una buena función teatral pero se aleja del concepto profundo de tragedia griega. ¿Se imaginan ustedes una ópera sin coro? Pues eso:
tragedia pide coro.
Otra cosita: las muertes en escena, aunque no lo parezca, no eran nada habituales en el teatro griego, y ayer quedó claro el motivo. La muerte es un momento extremo que exige un clima dramático muy difícil de conseguir y de controlar. Cuando vimos el suicidio de Antígona, ella hizo un un extraño ruidito (un "aegggg") que pretendía ser el estertor del ahorcado y, en cambio, resultó el escape cómico del asunto. Se oyeron risas ente los espectadores y esto acabó con el clima. No se puede culpar al público de reaccionar a su antojo en una representación, es catarsis también reír y de ello entendían bien los griegos. Morir en escena es comprometido, o se hace bien o no se hace, si se abusa te pasa factura. Por eso la tragedia suele contar y no representar los hechos más sangrientos. ¡Y qué brillantes textos los de los narradores de estas muertes!¡Qué pena de texto desaprovechado!
Antes de acabar un punto positivo para Creonte
(1). Su buen hacer teatral lo convirtió, en mi humilde opinión, en el protagonista de la tragedia de ayer. Y no porque Antígona no defendiera bien su papel, era la potencia de un Creonte que dominaba la escena desde un texto muy bien construido para él.
Y de la comedia ya hablaremos en el libro II de la
Poética de Aristóteles.
(1) En web de la compañía sólo lo menciona como Antonio M.