martes, 26 de noviembre de 2019

Treno

Ya no queda nada de él.
Ha caído por mano de hombre,
por cuchilla afilada.
De nada sirvieron sus años, 
de nada su cobijo, su sosiego, 
su presencia benévola;
ese milagro diario del crecimiento,
ese desafío perenne de supervivencia.
Ha caído sin que se escucharan voces, 
sin que se atendieran razones, 
sin piedad para las súplicas.
Ha caído porque estorbaba,
porque estaba vivo donde no se puede,
donde no se debe, 
donde su vida no encajaba 
en el civilizado espacio de su entorno.
Ha caído porque nos creemos poderosos
solo porque podemos hacerlo.
Se nos llenan las bocas de palabras prudentes
que apenas arañan nuestra corteza.
Su pie amputado se derrama en cristal
adherido a nuestra inconsistencia,
desenmascarándonos.
No hablo de personas, aunque podría hacerlo, 
no hablo del planeta porque no le faltan voces;
hablo de un humilde pino 
que hasta ayer estuvo en pie
junto a la ventana de la biblioteca,
entre mi mundo y el cielo.

Nota: Ayer talaron uno de los pinos del patio. No sé muy bien por qué siempre me ha costado menos identificarme con los árboles que con algunas personas. Hoy me veo a mí misma en él. Yo también he echado aquí raíces y he crecido lenta y penosamente a lo largo de un cuarto de siglo. Yo también molesto simplemente por ser lo que soy, quien soy. Últimamente también me percibo como desubicada y me ha resultado un tanto profética la tala. Por él, y un poco también por mi, me he decidido a desahogarme en este treno. Mis disculpas por ello.
Por cierto, los trenos son lamentos en verso con que los grecolatinos acompañaban sus momentos tristes. Y este es uno.

1 comentario:

Nausícaa dijo...

Στέναχων δάκρυ, que dirían ellos, la naturaleza merece tu treno, pero no solo la del Amazonas o el Ártico, la de enfrente de nuestra ventana la primera.