lunes, 11 de mayo de 2015

Arenga a las tropas

Troya, campo de batalla. El ejército griego tiene a la vista las falanges troyanas que les sostienen la mirada desafiantes. En las vanguardias de uno y otro ejército los caudillos se hacen ver, agitando los penachos de crines de sus cascos, caracoleando sus caballos y animando a las tropas. Es el momento de la arenga.
Nosotros nos acercamos a nuestra propia llanura de Troya, donde se ha de librar la batalla final. Es un combate compartido sin perjuicio de que cada guerrero tenga que afrontar su propia batalla. Acabar este curso es duro pero el premio lo merece. Si la ciudad de bien trazadas calles entró en la leyenda tras su esforzadísima conquista, ¿no haremos nosotros otro tanto? Ha llegado el momento de vestirnos la armadura, colgar la espada de los hombros, afirmar el escudo y agitar las lanzas.
Sabemos que habrá sufrimiento, un cruel Ares siempre deja huella. Pero no nos dejaremos batir con facilidad, todas las cosas verdaderamente importantes cuestan algo. Es eso lo que las hace valiosas, el precio que pagamos por ellas (y no hablo de dinero). Maltrechos, tal vez, pero no muertos. Cuando nos descubramos vencedores, dulces fármacos acabarán por restañar nuestras heridas, seguro.
¿Vamos pues? Respirando coraje, en silencio o con estrépito y algarabía según cada cual, con el espíritu firme y confianza en nuestras fuerzas. Los mismos dioses nos envidian desde el Olimpo de muchas cumbres.
¿Avanzamos? Vamos allá, tras Héctor o Aquiles.
Notas: Con resabios, lo reconozco, del canto tercero de la Ilíada (y algo de Braveheart que acabo de re-ver). Cito:
Puestos en orden de batalla con sus respectivos jefes, los troyanos avanzaban chillando y gritando como aves [...] y los aqueos marchaban silenciosos, respirando valor y dispuestos a ayudarse mutuamente.
[...] Cuando ambos ejércitos se hubieron acercado el uno al otro, apareció en la primera fila de los troyanos Alejandro, semejante a un dios, con una piel de leopardo en los hombros, el corvo arco y la espada; y blandiendo dos lanzas de broncínea punta, desafiaba a los más valientes argivos a que con él sostuvieran terrible combate.